El nacimiento de la Revista de Psicoterapia despertó en mí sentimientos ambivalentes. Yo esperaba un cambio a mejor, en el paso de la anterior Revista de Psiquiatría y Psicología Humanista a la actual Revista de Psicoterapia. Pero lo que me encontré, para las expectativas que tenía, no fue un cambio, sino un cambiazo. No sólo variaban el título y la tapa (me fastidiaba mucho la anterior tapa negra), sino que también cambió el estilo de dirección –ahora mucho menos participativa- el contenido y los destinatarios. De una revista para psicoterapeutas de línea humanista-existencial, pasábamos a una revista cognitiva para profesores universitarios. Me costó el cambio. Me sentí un tanto traicionada y un tanto traidora respecto a mis colegas humanistas, parte de los cuales se dieron de baja (a cambio -eso sí- de otras altas dentro del mundo académico). Tan es así que me despedí de la revista. Las reflexiones de mis compañeros me convencieron para seguir, pues aún con el disgusto encima, confiaba en que la revista cumpliría alguna tarea útil y que probablemente algo llegaría al destinatario último: el cliente de terapia. Ganamos algo y perdimos algo.
A partir de este momento, y con el nuevo enfoque organizativo, se acabaron los sustos que nos habían llevado antes, en algunas ocasiones, a poner dinero de nuestro bolsillo para que saliera algún ejemplar. Se acabaron las reuniones habituales antes de cada número para discurrir temáticas y artículos. Mi tarea quedó más limitada, en un aspecto menos interesante y más burocrático, como la de ejercer de secretaria de la sociedad (aprovechando que mi formación jurídica me hacía más fácil que a otros ese papel). Desde entonces, vivo sin sustos en relación con la revista, con la tranquilidad de su consolidación y con algún momento más creativo como la redacción de un artículo de cuando en cuando.
En estos momentos, y a partir de los cambios de los últimos tiempos (edición digital), incorporación del nuevo director (con sus iniciativas, conocimientos de las nuevas tecnologías, dedicación, e ímpetu renovador), veo su futuro con ilusión y esperanza, con perspectivas de realizar un crecimiento importante. Al fondo queda aún la pena de que la casi irreconciliable división entre el mundo de la investigación y el de la práctica clínica –tan estéril e innecesaria, como señalaba Scilligo en el número 4 de la revista- no se haya resuelto (¿aún?) en una fecundación mutua.